En el costado de Europa, ahí dónde sale el sol de manera tímida y retraída, se transformó en una multitud de gente desesperada y abultada, enajenando de manera acalorada y agotada las manos agradeciendo su fortuna por haber podido llegar al Viejo Continente.
Y al pie de ese aislamiento – que no aísla del recuerdo – un dolor mudo, un testigo de la desesperación que provoca el pesar del forastero, porque aún sin saber de las vidas que ahí habitan se sabe que ahí bulle lo cotidiano, el amor y la discusión, las frases hermosas del cada día que tiene lugar la ternura y el significado.
Hoy es la narración de lo perdido, y lo que para los europeos fue América, para todos los expatriados que huyen horrorizados de su muy amado terruño, ahora Europa es la tierra prometida, tierra de oportunidades, en conclusión su nueva tierra.
Llena de esperanzas, oportunidades y dichas.
Lo que un día fue nuestra muy amada posesión, único testimonio que nos vio crecer ahora también lo será de los nuevos europeos, gente, que, cansada de huir de la guerra y del infortunio después de momentos y pasiones que nos han unido por causas totalmente ajenas, ahora seremos hermanos.
A algunos les parecerá poco, a otros algo insignificante pero es mucho el detrimento y mucha la pérdida.
Hoy es la paciente queja del que perdió su morada, un bien que muy probablemente nunca volverá a habitar y comprendes con fatigante claridad que la vida azota de manera cruel y burladora y que esta puede ir tranquilamente del brazo de la más vil injusticia.
Los tiranos que quebrantan las vidas ajenas para conclusiones propias y en su mayoría poco honestas, a fin de quitar a los que menos tienen lo poco que poseen.
Me derrumbo porque no puedo concebir ni admitir que una idea merezca la vida ni el sufrimiento de tanta gente. Estos actos me llenan de congoja y desolación. Cuando vemos por televisión a los criminales ocultos tras unas capuchas, porque hay que añadir soberbia a la vileza para envolver el crimen de orgullo y hay que ser un canalla muy especial para intentar borrar tantos años de crímenes y extorsión como si el cercenar de tanta gente hubiese sido una discusión de cafetería.
No entiendo la satisfacción casi desorbitante de hoy, y reclamo mi derecho a no sentirla, frente a los que cuando no compartes su punto de vista de manera totalitaria e insultante nos acusan de ser traficantes del padecimiento y martirio, pero realmente quienes trafican con el dolor son los criminales que provocan la guerra, los que cambian muertos por totalitarismo y fanatismo, los que mercadean con el luto son los que calculan sus declaraciones según lo que quieran sacar a cambio. Esos son los traperos de la memoria, y los que acallan las dudas y las sospechas razonables porque pueden perjudicar sus intereses. Esos y solo esos son los chamarileros de los ataúdes, los negociantes de los funerales, no los que tenemos memoria.
Y es tan grande e inmenso el dolor que vuelve imposible el olvido.
Javier Paulo Rodriguez es miembro de la agrupación de Jovénes Ciutadans en Sant Cugat