christian guerrero colorEste lunes nos hemos levantado para dar comienzo a la presente semana, pero de la mano ésta nos trae una etapa igualmente nueva. Se trata de la consolidación aparente de una legislatura herida de muerte, cuyo último remiendo y parche lleva por nombre Carles Puigdemont. Su acceso a la presidencia de la Generalitat era del todo imprevisible, si bien resultaba notorio que la actitud estoica de CDC ante la posibilidad de unas nuevas elecciones no podía quedarse más allá de la pantalla de humo. Como resultado del tira y afloja entre fuerzas independentistas, y muy a pesar del modo en que Artur Mas ha intentado vender las negociaciones, tenemos un acuerdo en que se ha cedido a todas las demandas de la CUP, incluyendo aquella que parecía del todo inaceptable.

A decir verdad todo ha ido tan deprisa, todo ha resultado tan precipitado, que uno no puede sino aceptar creer que realmente el señor Mas esperaba que sus socios y ejecutores dieran su brazo a torcer, aunque fuera en el último momento. Su frustración personal ha quedado patente en la patética demanda de las diez cabezas de la CUP, una pataleta que bien seguro estos habrán aceptado gustosos como un daño menor en comparación a su triunfo visceral y cainita.

Y aún así, la agitada desesperación por tener que enfrentar nuevas elecciones se intenta esconder bajo un inapelable triunfo de unidad, entendimiento y madurez política. ¿Qué unidad queda ya entre fuerzas cuyo deseo es apuñalarse por la espalda a la menor oportunidad? Sólo la de la conveniencia electoral. Se entienden en tanto que se saben guardianes de un proyecto que les ha caducado entre las manos, pero que exprimirán hasta la última gota en este camino a ninguna parte. Sendero cerrado que no hace más que dejar cadáveres y generar díscolos a cada bandazo. De la madurez política que dicen ostentar es mejor siquiera hablar, en tanto que jamás se había escuchado de boca de sus propios partidarios la palabra “ridículo” de modo tan explícito.

Sin embargo siempre nos quedarán las citas célebres, como la del propio Artur Mas: “Allò que les urnes no ens va donar directament s’ha corregit a través de la negociació”. Concuerdo con la valoración del señor Mas. Se requieren grandes y fastuosos espectáculos de pirotecnia política para vender una mayoría absoluta inestable que no representa, pese a sus muchos esfuerzos, ni siquiera a la mitad de los catalanes. Y aún existe quien no se amilana en llamar la pasada convocatoria del 27-S como “las últimas elecciones autonómicas” de Cataluña. Qué fácil resulta hablar solo para una parte de la población catalana, mercadear con la ilusión de las personas a saldo de voto, y encauzar la política autonómica a un fraude que nos augura otra legislatura de tiempo perdido. El nacionalismo renuncia ya al dialogo, y se encierra en un proyecto endogámico sin futuro, desplazando fichas y deseos imaginarios por un tablero desconocido.

Manipular la ilusión, no obstante, nunca es gratuito. Y a mayor es el plazo y la tensión que se ejerce con este desafío, este sinsentido, mayores son las heridas y las divergencias que penetran en la sociedad. Heridas con las que muchos tendremos que cargar por largo tiempo a salud de las ambiciones y aspiraciones de pocos. Y aunque esta última carrera del independentismo no puede acabar sino en fracaso, lo cierto es que el motivo que le ha hecho pisar el acelerador debe instarnos a la reflexión. Pues si ese “tesoro”, según su lenguaje, que representa la actual disposición parlamentaria nunca se había dado ni era posible repetirlo, si hablamos de que el techo del independentismo en todo su esplendor no es otro que el archiconocido 47%, hay que poseer pocos anhelos de democracia para renunciar a escuchar de nuevo la voz del pueblo. Pero, al fin y al cabo, a eso se reduce todo, ¿no es así? CDC, que inició su viraje hacia el independentismo con 62 diputados apenas es capaz de consolidarlos en coalición con ERC, y bien saben que posiblemente ni la mitad de estos podrían retener de ir en solitario a nuevas elecciones.

Abrimos pues esta nueva etapa bajo la presidencia de Carles Puigdemont. No podemos compartir su proyecto, pero lo conocemos bien, y sabiendo a donde nos lleva estaremos preparados para seguir trabajando a favor de la ciudadanía y sus necesidades, alejados de quimeras y promesas vacías a falta de soluciones.

 Christian Guerrero es afiliado en Ciutadans Sant Cugat

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