Tengo unos amigos, una pareja concretamente, que estas pasadas navidades me relataron como se habían cambiado de coche poniendo en marcha un proceso participativo. Se trataba en todo caso de un proceso participativo muy particular puesto que tan solo eran ellos dos los únicos participantes. De hecho, la idea de cambiar de vehículo había sido de él, llamémosle Ismael para vanagloria del personaje de Melville, mientras que su cónyuge, Abel, en un principio era de la opinión que el utilitario que tenían, con cinco años escasos, funcionaba perfectamente y cumplía su cometido.

Pero Ismael, con ganas de estrenar coche nuevo, había prometido a Abel que sería él en todo caso el que escogería tanto el color como los acabados del vehículo en cuestión. Ni que decir tiene que Ismael ya había escogido de antemano la marca y el modelo. Pero intentando hacer partícipe a su esposo en la elección de algunos elementos intentaba ganarse su favor.

Sin embargo, cuando visitaron el concesionario, resultó que el gris perla metalizado que tanto le gustaba a Abel suponía tener que esperar unos meses para la obtención del vehículo, puesto que no estaba en stock y debían pedirlo a fábrica. De forma afortunada para Ismael resultó que el concesionario tenía en exposición el modelo en cuestión en color blanco, con un pack cerrado de accesorios, y además a un precio inmejorable. Finalmente, Abel acabó cediendo en sus preferencias iniciales y se formalizó la venta ese mismo día.

Sirva esta anécdota, en la que he omitido el nombre real de los protagonistas, para ilustrar someramente el proceso participativo que el ayuntamiento de la ciudad ha puesto en marcha para la construcción de la nueva Biblioteca Central.

En primer lugar, lo primero que habría que cuestionarse es si necesitamos gastar un dinero que no tenemos en una inversión que la ciudadanía no reclama. Sant Cugat tiene necesidades que cubrir mucho más prioritarias y que quedarían muy descuidadas si el proyecto, con un coste aproximado de nueve millones de euros, finalmente se llevase a cabo. Prioridades como son la pavimentación de calles en algunos distritos, la mejora del estado de las aceras, una inversión mucho más elevada en vivienda social o el formar parte de la zona uno en los Ferrocarrils de la Generalitat, por citar tan solo algunos ejemplos. Pero podrían ser muchos más. Necesidades reales y que los ciudadanos demandan con toda la razón.

El proyecto faraónico de Biblioteca Central, y por ende un supuesto proceso participativo en el que como mucho nos dejarán escoger los acabados, parece responder al deseo de la señora alcaldesa y al PDeCAT de recibir un chute potente de dopamina más que a las necesidades reales de la ciudad. Me refiero a esa sensación placentera que sentimos los consumidores cuando realizamos una compra impulsiva y que tan bien se conoce dentro del mundo del neuromarketing.

Señores del PDeCAT, hagan el favor de retirar ‘sine die’ el proyecto de la nueva biblioteca, que vendría a ocupar además una parte importante del parque Ramon Barnils. Una zona que a la mayoría de vecinos ya nos gusta como está y donde además, por decirlo de alguna manera, la ciudad respira en un entorno verde.

Y si necesitan una dosis de dopamina váyanse a las rebajas o tómense una taza de chocolate. Nos saldrá a todos mucho más barato.

Sergio Blázquez (@SergioBlazquezA) és regidor del Grup Municipal de C’s a Sant Cugat

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